Opinión | El ruido y la furia

A mano

He leído por ahí que Bill Gates, el tipo que se hizo inmensamente rico vendiéndonos pantallitas, teclados y demás chismes que amenazan con suplantarnos, se pasa la vida tomando notas a mano

Bill Gates.

Bill Gates. / DPA

La tercera ley de Newton asegura que «para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto». Esto viene a determinar, en román paladino («en la cual suele el pueblo fablar a su vecino», como nos enseñó Gonzalo de Berceo), que cuando algo empuja hacia un lado algo se le opone, se le resiste, con una fuerza igual. Algo así está empezando a suceder con el mundo digital, del que empezamos a sospechar tanto, del que ya no nos fiamos y nos replanteamos su uso, su abuso, qué hace (o, más bien, qué deshace) en nuestras manos y las de los niños.

He leído por ahí que Bill Gates, el tipo que se hizo inmensamente rico vendiéndonos pantallitas, teclados y demás chismes que amenazan con suplantarnos, se pasa la vida tomando notas a mano. «No me pillarás en una reunión sin un bloc de notas y un bolígrafo en la mano, y tomo toneladas de notas en los márgenes mientras leo. Siempre he creído que escribir notas a mano te ayuda a procesar mejor la información», ha dicho el fundador de Microsoft. Esa idea la avala un estudio llevado a cabo de forma conjunta por las universidades de Princeton y California en el que se afirma que tomar notas a mano «mejora la comprensión conceptual de la materia que se está aprendiendo porque permite organizar las ideas». Acabáramos. Ahora va a resultar que soy un moderno.

En las infames servilletas de papel de los bares, en esquinas de documentos de variable importancia, en libros, en molesquines, en libretitas de propaganda… Siempre he ido por el mundo anotándolo, o más bien anotando las impresiones que el mundo me sugería. Para mí no era un modo de «comprensión conceptual de la materia» como para Gates (seguramente por eso yo estoy donde estoy y él está donde está), sino un método de acumulación y almacenamiento de materiales. En realidad, soy un tipo dado a dispersarse, de esos que a los diez minutos de cualquier reunión ya está pintando monigotes y pensando en otras cosas. Y así voy encontrando por los derribos de la mente piezas que tal vez estén aún en uso, que puedan reciclarse, y las guardo con la esperanza de que en algún momento me puedan servir para algo, para iniciar un poema, titular una columna, rematar un relato… Echo un vistazo al block de notas que llevo encima (guardo, también, los que ya están gastados) para ver si hay algo aprovechable para cerrar la columna: «Como quien cree entender el silencio/ decido pequeños quehaceres,/ como pequeñas ciudades muertas./ Se queda sola la tarde,/ empieza a descender el tiempo,/ desemboca el sueño en una bruma,/ un aleteo de luz».

Mis notas, el mundo y yo, siempre a punto de entendernos.