Opinión | Tribuna

Kafkianos sin Kafka

Kafka y sus libros son un continente de extrañeza intensa. Hace cien años de la muerte de Franz Kafka (1883-1924), aquella sombra de Praga, el checo que escribió en alemán y se consideró siempre escritor alemán. Se hace incómodo de leer ahora que parece olvidado lo que representa hacer un esfuerzo para explorar la literatura, a diferencia de cuando se sabía que el esfuerzo compensaba inmensamente, fuese Proust o Kafka.

A primera vista, de Kafka solo queda un adjetivo: kafkiano. Uno más, como dantesco, surrealista, apocalíptico o quijotesco. Los usamos habitualmente aunque renunciemos a leer a Dante, los poetas surrealistas, la Biblia o Cervantes. Los kafkianos sin Kafka abundan. Pero la existencia humana sigue siendo un laberinto, con pesadillas violentas y fantasmas de una noche. Quién iba a decir que Kafka sería el mejor GPS para adentrarse en otro siglo.

El digital Semafor argumenta que Kafka hoy tiene más influencia que nunca, según se constata en Instagram y Tiktok, donde la Generación Z –de 12 a 25 años– expone sus temores, su inseguridad en un mundo hostil. A menudo le invocan porque se sienten bajo vigilancia y a la vez desamparados, huérfanos y parte involuntaria de una masa, víctimas de todo. Por lo visto, Kafka tiene presencia en los juegos más misteriosos de internet en los que aflora el miedo a ser ignorados y la desconfianza ante el amor. Josef K., su personaje central, fue arrestado sin haber infringido nada.

En una de sus páginas más inquietantes Kafka cuenta la fundación de una liturgia y como el gran sacrificio regresa siempre para confirmar los ciclos de la tierra y las arquitecturas más insólitas del espíritu: «Leopardos irrumpen en el templo y beben en las copas sagradas: eso se repite una y otra vez; finalmente se puede calcular de forma anticipada y se convierte en parte de la ceremonia». Leer esos rituales –en los Diarios de Kafka, por ejemplo– puede convertir un trayecto ferroviario de cercanías en un paisaje irrepetible. Sobre Kafka hay mil interpretaciones y ninguna es definitiva. En Kafka todo es distinto. Hay que empujar la puerta de sus libros con fuerza y paciencia. Una vez dentro, ni el poder ni la impotencia tienen límites. Kafka ha huido siempre de los mundos existentes y no hay otros mundos posibles. Aun así, Kafka tiene un sentido trágico del humor, un don de la lucidez.

La arbitrariedad volátil del nuevo siglo parece olvidar que el mal existe y –como dijo Kafka– el mal sabe del bien; pero el bien no sabe del mal. No encaja con la sociedad psicoterapéutica en la que vivimos. Por eso hay que leer a Kafka y no solo decir que todo es kafkiano. Escribió que un libro ha de ser un hacha para partir el mar de hielo que llevamos dentro. De aquel Imperio austrohúngaro en el que nació a la Unión Europea de hoy la distancia es astronómica, pero seguimos en los mares de hielo, paseando por las calles como Kafka paseaba tarde y noche por Praga.