Opinión | Tribuna

Sánchez al cien por cien

Pedro Sánchez y María Jesús Montero, en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez y María Jesús Montero, en el Congreso de los Diputados. / EP

Pronto o tarde al sistema orgánico del PSOE le va alterar el ritmo cardíaco la ley de amnistía y también las consecuencias de haber llevado el poder ejecutivo a un enfrentamiento con el poder judicial. Entonces se podrá sospechar que Pedro Sánchez no es el pacificador sino el mejor cómplice de la división. El Pedro Sánchez de la ley de amnistía es el Sánchez al cien por cien. Como los padres del desierto huían del mundo del pecado, Sánchez dedicó cinco días a meditar cómo mantenerse puro entre tanta política de la inmundicia. Reapareció usando y a la vez condenando la máquina del fango. Y ahí sigue.

En todos los avatares de la actividad internacional de Sánchez hay una perceptible desproporción entre lo que es su aventura personal y lo que son los intereses de España. Sorprende que su europeísmo consista en practicar la audacia y no la prudencia cuando –por ejemplo- se dedica a la gestualidad simbólica en cuestiones que llevan largas décadas sin solución consensuada. Eso es adanismo aupándose al trampolín de la tabla rasa, indiferente a un hecho incontrovertible: toda acción provoca una reacción. Enzarzarse a descalificaciones con Milei es un caso patente, porque perjudica directamente los intereses comerciales y empresariales de España. Visto desde otro punto de vista, suponer que después del peronismo catastrófico iba a parecer un arcángel purísimo es un gran error político.

Así ha actuado con el reconocimiento del Estado palestino. Siendo Sánchez el presidente de la Internacional Socialista –un conglomerado bastante pintoresco- ha agravado aún más el alejamiento del Meretz, el Partido Laborista israelí que ya en 2018 se incomodó con la resolución del ‘trust’ socialista mundial pidiendo sanciones contra los asentamientos israelís. El Meretz dejó la Internacional Socialista. Había ganado la batalla la izquierda mundial más radicalizada y a veces corrupta, frente al laborismo que gobernó durante décadas con primeros ministros como Golda Meir y Isaac Rabin –asesinado en 1995 por un fanático judío por defender la paz posible en los acuerdos de Oslo-, Shimon Peres o Ehud Barak. ¿Es que Sánchez les considera predecesores de Donald Trump?

Para escenificar su protagonismo frente a la ultraderecha, Sánchez de nuevo ha vejado al Partido Laborista de Israel, hoy en horas bajas precisamente por la victoria de Netanyahu y los ultraconservadores. Y los laboristas de Israel –como sabe Pedro Sánchez- están por la solución de los dos estados. Es así: a la hora de hacerse con la antorcha, a Sánchez no le importa demasiado confundir a Netanyahu con Rabin. Tampoco le interesa especialmente diferenciar entre la opinión constitucionalista en Catalunya y la necesidad de contentar a Puigdemont. Ese es el Sánchez en crudo y tan inquietante para quienes en el PSOE –y también en el PSC- añoran la posición de centro-izquierda, reformista y sensata. Pero el líder socialista sigue empeñado en salvarse a sí mismo como si a la vez estuviera salvando el mundo. Eso es: estar coaligado con Sumar y haciéndole pinza al PP con Vox.

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