Crónicas de la ciudad

Una protesta para que no perdamos Málaga

La manifestación del sábado del Sindicato de Inquilinas e Inquilinos es un grito de auxilio ante la pérdida del norte de esta ciudad, descontrolada por el turismo masivo, lo que en absoluto significa ir en contra del Turismo.

Llegada de cruceristas a Málaga.

Llegada de cruceristas a Málaga. / Carlos Criado

Alfonso Vázquez

Alfonso Vázquez

En Málaga no existe turismofobia, como apuntan los políticos más alejados de la realidad; existe hartazgo y alarma ante el turismo masivo y ante una respuesta institucional tan tardía para combatirlo; además de una gran preocupación por la carestía y escasez de la vivienda que conlleva.

El precio para que Málaga cope los ranking de ciudades más deseadas está siendo enorme. El Turismo es una actividad que crea riqueza pero a la vez, desploma los sueldos, contamina y si no se doma con firmeza, ‘desertifica’ todo lo que toca. 

El esfuerzo ingente de la UE y el Ayuntamiento para recuperar el Centro sólo ha servido para vaciarlo y convertirlo en un gran complejo hostelero con comedor. Este vaciamiento sigue extendiéndose por la ciudad como una mancha de aceite.

El descontrol ha hecho posible que Málaga también ocupe los primeros puestos en los ranking de viviendas turísticas en España, una triste marca que ha convertido esta modalidad de alojamiento en una auténtica ‘plaga de la filoxera’, para los malagueños no rentistas.

Esta incomprensible figura, que ha permitido introducir en bloques residenciales un sucedáneo de habitaciones de hotel o de pensión Manolita, ha devaluado los pisos que comparten el mismo bloque; disparado el alquiler; convertido a propietarios en aprendices de hosteleros; reducido hasta el ridículo el mercado del alquiler y obligado a cada vez más malagueños a marcharse de sus barrios e incluso de su ciudad: a buscar un techo asequible en Coín, los dos Alhaurines, Cómpeta o Cártama, donde los precios empiezan también a subir de forma preocupante. Los fondos de inversión y la codicia han hecho el resto. 

Cartel de la manifestación.

Cartel de la manifestación. / L.O.

Resulta descorazonador saber que, hace 13 años, el Ayuntamiento podía haber puesto en marcha lo que anunció este mes, cuando la ciudad ya está invadida de pisos turísticos: el PGOU de 2011 obligaba a que este tipo de alojamientos tuviera entrada independiente. 

No es turismofobia, son ganas de que Málaga tenga políticos que no sólo fomenten el negocio; de que reciba menos turismo pero de calidad, no a borrachos que despiden al novio, no a cruceristas que se comen un bocadillo en el suelo, ni a visitantes que ‘devuelven’ la cena en el ascensor de tu edificio. 

Y sobre todo, es el deseo de que los malagueños de hoy, sus hijos y nietos, no pierdan Málaga y puedan vivir en ella, algún día, con dignidad. Para eso, nuestros políticos deberán despertar y salir de su Arcadia Feliz. Ánimo.