Novela

Zola y el arte de contarlo (casi) todo

Alba publica uno de los títulos mayores del escritor que retrató los juegos del poder y la miseria sociopolítica; una novela 4x4 que no pierde vigencia y que nos enfrenta, paradójicamente, al siglo XXI 

Emile Zola

Emile Zola / L. O.

En la literatura, como en otras juntas y ferias de eso que alguien llamó una vez la vida, nunca hay que perder de vista el asunto de la ambición. Declinada, se entiende, en todos sus colorines y gradientes. La humildad, cuando es sincera, puede ser útil para templar el ego y dar a la luz obras delicadísimas, además de necesarias en tiempos como los actuales, en los que todo el mundo aspira a ganar el Roland Garros y coronar en patinete el Anna Purna -en este caso, optar por un símil no literario es, sin duda, sinónimo de prudencia-. Hay quien escribe como si no tuviera nombre. Otros, atentos a lo que está fuera. Luego están, de timbre más metafísico, los que escriben sobre la imposibilidad de escribir, generalmente personas pálidas y delgadas y en ocasiones -para felicidad del lector- a punto de diluirse. Y, por supuesto, también los que un día se levantaron con ímpetu wagneriano y entre todas las realidades disponibles a las que consagrar su pluma decidieron echarle redaños al asunto y escribir como si no hubiera un mañana, que es lo único que siempre está detrás cuando se decide meter al universo entero en un libro. 

Entre estos últimos, más abundantes de los que pueda parecer, también existen, por supuesto, grandes excepciones. Está Joyce, con sus primitivos hipertextos, que en formato desplegable darían para empapelar el orbe; puede que Tolstói y Proust, con su conciencia circular y prensada a rodillo. Y también, con muy buen predicamento entre los franceses del XIX, los de corte antropológico y social, que tiraban del borde una realidad hasta agotarla en su infinidad de variantes y matices. Dostoievski probó con la conciencia, Balzac con el ser humano -así tal cual y tan burgués- y Émile Zola lo hizo como pocos en el espectro político, llegando a retratar tan bien al segundo imperio napoleónico como para que sus escenas y sus licuados sociales tengan mucho todavía que decir en la Europa pintona que se nos ha quedado de puertas parlamentarias para adentro a partir del 9J; a veces, y más en épocas de zozobra, la literatura explica mejor que el análisis lo que pretendemos someter al escrutinio analítico. Mejor, incluso, que artes más frías como las ciencias políticas. Algo que deben de saber en la editorial Alba, que han decidido agitar el baile prosiguiendo con su colección del autor francés y recuperando uno de sus títulos más agudos, ‘Su excelencia Eugène Rougon’; pura dinamita. 

Leer a Zola no es cuestión de subterfugios. Entiéndase bien: si resulta ineludible aludir a sus conexiones con la actualidad, no es tanto por una presunta perspicacia de tahúr -que también- como por haber apostado por narrarlo todo. Incluso, en su letra pequeña. Al igual que hiciera Balzac con su comedia humana, Zola se planteó en el proyecto Les Rougon- Macquart contar la herencia de un hombre a través de una genealogía. Veinte libros, los de la serie, que parten de una pretensión muy del gusto de las ideas del naturalismo -curioso que vanguardistas muy posteriores como Gertrude Stein (ver Ser norteamericanos) quisieran hacer lo mismo con la historia de su país-, aunque con una maestría descriptiva y una intuición que, aún desde el corazón riguroso del segundo imperio, logra asentar el molde de todos los comportamientos y miserias de la política contemporánea. O de la polis, a secas. ‘Su excelencia Eugène Rougon’, traducida por Andrés Ruiz Merino, relata las intrigas palaciegas que se suceden a raíz de la destitución de su protagonista del consejo de Estado. Un punto de partida que se configura en un bestiario en el que se representan con brillantez, pese a sus particularidades, todos los supuestos mentales que abundan en el juego del poder. Y, en más de una ocasión, con la dicotomía entre nobleza y ruindad como eje de fondo, dentro de un mismo individuo.  

Zola, que, como Proust, fue una vez París, ejerció de excelso destripador de la realidad, pero también de sutilísimo periodista, observador y escritor, virtudes que hacen de esta novela una de sus más completas narraciones. El hombre al que Anatole France describió como «un momento de la conciencia humana» y que se adelantó a su época, incluso a la hora de anticipar la insatisfacción y rebelión femenina, pagó, no obstante, su capacidad incisiva, siendo primero ninguneado y posteriormente encontrado muerto en circunstancias sospechosas, que es como se encuentra a los que se atreven a escribir el ‘J’accuse’ de cada generación (el suyo, el original, el que denunció las trampas y los prejuicios antisemitas del caso Dreyfus). Candidato al Nobel en más de una ocasión, Zola compuso una obra que no sólo es audaz por sus tintes premonitorios, sino por todo lo que dice de nuestros círculos de mando (y de nosotros). Una cualidad imperecedera, pero que acaso no sea nada comparada con otro de sus valores más específicamente literarios. Nos enfrentamos a una hora confusa en la que nadie entiende nada, pero algunos, al menos, leen. Y abordar una novela como ‘Su excelencia Eugène Rougon’, más allá de su vigencia sociopolítica -esto es, humana- sigue siendo un placer 4x4. Quizá un solo un peldaño por debajo de los otros autores olímpicos que optaron por escribirlo todo; y por un único y muy naturalista motivo: Zola cuenta como nadie lo que hay y hasta lo que permanece oculto. Proust, en cambio, se parece más a lo que empezó a estar a partir de que a él le diera por escribir. Por otro lado, no se engañen, no existe nada más sentimental y parecido que el Estado y una magdalena.

Su excelencia Eugène Rougon

Autor: Émile Zola

Traducción: Andrés Ruiz Merino

Editorial: Alba

Páginas: 464

Precio: 36,00 €