Novela

Eduardo Halfon: Ni perros ni judíos

Halfon aborda una vez más su propia ficción y en ‘Tarántula’ se sumerge en sus raíces para narrar un acontecimiento de su infancia que marcó su devenir como judío y guatemalteco

Eduardo Halfon.

Eduardo Halfon. / L. O.

Eduardo Halfon, es guatemalteco y judío. Hay que consignar estos dos sucesos como significativos pues Halfon viene construyendo todo su edificio literario sobre dos pilares: el judaísmo y Guatemala. Dos mundos enfrentados a partir de un hecho que el escritor revive en ‘Tarántula’, su último trabajo recién editado en España por Libro del Asteroide. Halfon recuerda la mañana de domingo de 1978 en que su padre les llevó a él y a su hermano al club de golf y al entrar, junto a la puerta leyó el letrero que decía «Se prohíbe la entrada a perros y judíos», le resultó tan increíble que pensó haberlo soñado; significaba que para sus compatriotas no había diferencia «entre un perro y yo». Desde entonces jamás pudo olvidarlo, por la sensación de ruptura que le produjo, de tal manera que sus dos mundos, el judío y el guatemalteco se separaron para siempre . Y ello a pesar de que ser judío es una condición molesta para el escritor que abomina de su condición de judío y de su naturaleza trágica y se pregunta por qué el católico no se cuestiona por qué es católico, y el judío siempre se está cuestionando por qué le ha tocado ser judío.

Esta sería la brutal anécdota, inhumana y feroz. Pero en ‘Tarántula’ Eduardo Halfon, prosiguiendo con ese ejercicio literario de viajar a sus orígenes familiares y sumergirse en sus propias raíces, profundiza y ahonda en esa ruptura regresando con la memoria y la escritura a otro acontecimiento violento y bárbaro de su infancia que testimonia y justifica ese cisma.

La familia había abandonado Guatemala precipitadamente en el verano de 1981 huyendo del caos político y social del país. Tres años después su hermano y el volarían a Guatemala durante las vacaciones de diciembre para participar en un campamento de niños judíos.

Todo tenía un aire militar y las actividades más que didácticas eran de adoctrinamiento. Los juegos, las canciones, las charlas y caminatas tenían como único sentido inculcar a los niños el judaísmo. No religioso, ni ortodoxo, ni reformista o laico, sino de sentirse judío entre judíos. Tenían que hacer guardia junto a la bandera. Siempre le tocó con Regina, una chica silenciosa que apenas cruzaba palabras con él.

Hasta que una noche su instructor, Samuel Bloom, un chico guapo de hermosos ojos celeste cielo y cabellera rubia, les despertó a gritos en la madrugada luciendo en su brazo izquierdo un brazalete con la cruz gamada. El niño lo confundió con una tarántula. Durante todo un día los niños fueron sometidos a prácticas terribles, con golpes, insultos y humillaciones por los instructores reconvertidos en militares que actuaban con violencia y con un lenguaje bélico y antisemita. Todo era un montaje para que los niños judíos aprendieran bien pronto a defenderse del mundo antisemita. Los preparaban para la guerra. Habían recreado un campo de concentración y les hicieron pasar esa pesadilla para que aprendieran y fueran fuertes.

Años después, ya escritor, se reencuentra casualmente en París con Regina, la niña con la que le tocó hacer la guardia. Él le habla de esa supuesta relación de fuga que tiene con su país y con el judaísmo y que siempre ha sido así, siempre sintiendo como si algo le obligara a escaparse y desaparecer. «Llevo toda una vida huyendo de mi casa», una casa construida sobre los grandes pilares del judaísmo y de Guatemala.

En Berlín, por auspicios de Regina, se reúne con su instructor Samuel Bloom, ahora con cuerpo flácido y barrigudo de sesentón, sin rastro ya de su hermosa melena rubia ni de su mirada celeste cielo. Samuel le justificó la necesidad de aquel día de violencia sobre los niños del campamento para que estos aprendieran. Samuel pertenecía a la Bitajon (seguridad en hebreo) un servicio secreto de seguridad dedicado a la protección de los judíos allá donde se encontrasen, empleando métodos violentos.

«El dolor no se siente si solo lees sobre él. Deben aprender lo antes posible que todos los demás son antisemitas, que el mundo entero gira en torno a ese odio tan antiguo», le espetó Bloom que de alguna manera había dedicado su vida a recoger y arrojar ese odio contra el resto del mundo.

Con ‘Tarántula’ Halfon continua con esa crónica vital de él y su familia que contiene elementos geográficos y genealógicos dignos de mención. Un abuelo judío polaco superviviente de un campo de concentración; otro sirio y un tercero libanés; él mismo nacido en Guatemala en una familia que tuvo que huir a Estados Unidos cuando era niño. Toda una peripecia vital de la que Halfon ha hecho epicentro de su obra narrativa. Relato tras relato, tal cual sucede con ‘Tarántula’, Halfon reconvierte en ficción su mundo, sus raíces, y lo deviene en una historia existencial sobre sus orígenes, y el de sus ancestros familiares.

Halfon vuelve una y otra vez a la historia de los suyos como único gran tema, con ello solo confirma y se iguala a esos grandes escritores como Modiano o Balzac, que están siempre escribiendo la única historia posible. Con ‘Tarántula’ se agranda el repertorio de mérito de un autor cuya importancia sigue creciendo a cada nuevo relato.

La clave del éxito de Eduardo Hafon está sin duda en saber combinar con acierto un lenguaje sencillo y directo junto a un estilo que se hace grato y ameno. Y todo ello practicando ese juego literario que hace de la realidad ficción y de la ficción una creación narrativa de primer orden. Las descripciones de los sentimientos, de los sucesos, de los escenarios y lugares son precisas y justas de tal manera que explican solo lo necesario, pero lo dicen todo. Un escritor de calidad indiscutible.

Tarántula

Autor: Eduardo Halfon

Editorial: Libros del Asteroide

Páginas: 180

Precio: 18,95 €