Opinión | La señal

Engañosos velos

 Los cantones en España tienen tradición, al menos desde la Primera República, por no hablar de las taifas

Y León quiere separarse de Castilla, no va a ser menos. Los cantones en España tienen tradición, al menos desde la Primera República, por no hablar de las taifas. Aunque el problema que tiene Yoli, después del ultimátum a la CEOE para que reduzca la jornada laboral se le va a enmarañar, no solo quiere ajusticiar al reo -porque los comunistas son enemigos confesos de los empresarios- sino que quieren también que el que va a morir se anude la soga al cuello y colabore. Y algunos decimos que no. De fondo, un millón de españoles no va a trabajar todos los días, eso se llama absentismo laboral masivo, pero a ella eso le da igual, no paga nóminas de su bolsillo, ni SS (aclaro que Seguridad Social). Y es que… ¿quién le va a poner el cascabel al gato y va a llamar por su nombre a quienes no trabajan, pero quieren cobrar? El caso es que a Yoli le gusta el artículo 33 y Garamendi, previa consulta, ha dicho que no y que legisle la susodicha. Es como ponerle nombre a los malagueños que cada año dejan, con la excusa de la Noche de San Juan, las playas hechas un asco, yo les llenaba sus casas de desperdicios, aunque quizá llegue tarde, ¿cuántas sanciones impuso la PM esa noche? Pero que no decaiga el buen rollito. Menos mal que todavía hay algunos valientes que producen películas como ‘Testament’, dirigida por Denys Arcand, que pone a parir lo políticamente correcto y a sus bandas de corifeos. Le convendría ver la cinta al director artístico del Thyssen, Guillermo Solana, que arremete ahora contra los que nos reímos de la ‘descolonización’ de los museos, pero excluye a Gauguin, eso sí, que a Tita le gusta mucho el Mata Mua y otros lienzos del Pacífico sur. Hay que ver los afeites que se ponen ahora algunos millonarios para que los nuevos bárbaros no les canibalicen.

Pasa algo parecido con la turismofobia, que la estamos dejando crecer hasta que ya sea demasiado tarde, o muy doloroso meterle mano. Es la teoría de cuanto peor, mejor. Si vivimos del turismo, principalmente, y nos lo cargamos -piensan los enragés- pues vamos a sumar más descontento por el paro y las peores condiciones de vida subsiguientes, y podremos hacer la revolución; si progresamos, la revolución se va al infierno, está claro.

Pero volvemos rápidamente a España, que no se nos escape el acuerdo alcanzado entre PSOE y PP acerca de la elección del órgano de gobierno de los jueces, el CGPJ, que ya solo las siglas parecen el nombre de una molécula de la obesidad. Ellos lo guisaron y ellos se lo comieron, al fin y al cabo, son los que más tienen que perder cuando sus casos de corrupción acaban en manos del Tribunal Supremo. Lo mismo que han hecho en la UE, que se han repartido la tarta como si no hubiera habido elecciones, entonces ¿para qué se celebran? Bueno, con el agravante de que no le han dado nada a Meloni, aunque días antes Von der Leyen la cortejaba por si tenía problemas después recabar su apoyo. No son como esos niños que acaban de hacer una trastada, son como los mayores que han hecho algo peor, se ajustan la corbata o se estiran la falda (slim fit), disimulan, salen a escena y ponen la mejor de sus sonrisas ante las cámaras.

De hecho, hay quien ha cometido graves delitos y ha llegado a un acuerdo con los fiscales y se ha ido a casa -eso sí, ha pasado cinco años y tres meses de cárcel, cuando le podía haber correspondido cadena perpetua o, incluso, la pena de muerte-. No puede ser otro estos días que Julián Assange, ahora con mamá canguro, después de publicar información clasificada que ponía en peligro la vida de fuentes humanas, pero eso qué le importa a él. Más allá de las acusaciones de violación en Suecia, que la fiscalía terminó archivando, WikiLeaks en 2017 difundió fotos e imágenes falsas sobre la declaración de independencia de Cataluña, aunque eso es poca cosa, trolas, en relación al delito de espionaje. Sor Juana Inés de la Cruz lo dijo así:

Amor empieza por desasosiego,

solicitud, ardores y desvelos;

crece con riesgos, lances y recelos;

susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,

conserva el ser entre engañosos velos,

hasta que con agravios o con celos

apaga con sus lágrimas su fuego.

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