Opinión | Zona Press

Yo me abono

No iba a La Rosaleda desde hace lo menos treinta y cinco años. Desde aquel Málaga de Juanito. Imaginaos si han pasado cosas

Hace quince días pudimos ir Ana y yo al primer partido del play off final del Málaga por el ascenso a Segunda División. Nuestro amigo Justo Rodríguez nos regaló las entradas y allí que nos plantamos…

Fuimos con más de una hora de antelación al comienzo del partido. No sabíamos por dónde debíamos entrar, ni dónde estaban nuestros asientos así que mejor ir con tiempo suficiente. Cuando llegamos, ya me impresionó cómo estaban las calles cercanas a La Rosaleda. Todas cortadas para el tráfico e inundadas de gente con la camiseta del Málaga, gente que llenaba los bares hablando de fútbol mientras veían el partido de España en la Eurocopa. Me llamó muchísimo la atención la cantidad de mujeres que había con su camiseta del Málaga también. Y es que no iba a La Rosaleda desde hace lo menos treinta y cinco años. Desde aquel Málaga de Juanito. Imaginaos si han pasado cosas. Entonces no había tantas chicas viendo el fútbol, sí que había niños, pero no tantos como ahora y era imposible ver a una niña. En aquella época los ultras se ponían detrás de la portería que estaba más cerca del río y el banquillo del Málaga también era el más cercano al río. Ahora todo es al revés.

Cuando nos sentamos estaba el campo vacío. Fuimos viendo cómo se iba llenando mientras iba cayendo el sol, que menudo tostón. Nuestras entradas eran buenísimas, de la grada de preferencia y súper centradas, pero el sol daba por saco hasta que por fin se marchó. No me quiero ni imaginar lo que es ver el partido allí a las cinco de la tarde…

Ver el campo lleno es impresionante. Ahora, sentir como el campo lleno canta a capela el himno del Málaga CF es imposible que no te envuelva. Hay veces que te olvidas del juego y te quedas perplejo viendo la grada de animación, que ya no hay ultras como antes. No paran de bailar, de saltar y cantar durante todo el partido. Da igual cómo vaya el partido, da igual que el Málaga esté jugando bien o mal, que gane o pierda. Eso es mucho más grande que un resultado o un juego bonito. Eso son sentimientos que se tienen o no se tienen.

La gente anima, canta, los que entienden más de fútbol hablan de lo que está pasando en el terreno de juego. Pero no es fundamental que entiendas de fútbol. Lo que pasa en ese estadio no tiene que ver con el fútbol, va mucho más allá. Ahora, lo que no cambia es cómo ponen al juez de línea de la banda donde te sientas. Imagino que al del otro lado lo ponen igual de pingando… o al lateral del equipo visitante que juega por la banda donde está tu asiento.

El fútbol que hace el Málaga te puede gustar más o menos. Pues claro que hay muchos equipos que juegan mucho mejor y tienen mejores jugadores. Pero todos esos chavales que salen a jugar sienten la camiseta como los más de veinte mil que están con ellos en la grada animándoles. Allí se vive algo muy especial, algo que sentí desde mi asiento. Ese algo distinto envuelve a esos jugadores y esa grada, algo que marca la diferencia, que aunque el otro equipo juegue o sea mejor sepa que en cualquier momento puede verse superado y perder.

Y ese algo tan especial, que no me atrevo a calificarlo, no solo se vive en La Rosaleda. Ese algo lo sentí yo mismo otra vez el pasado sábado cuando vi por televisión el partido de vuelta en Tarragona. Ese algo, que no sabría cómo llamarlo, hizo que, aunque el Málaga fuera perdiendo dos a cero y estuviera más que eliminado, yo sintiera que podía remontar. Y si lo sentí yo no quiero ni imaginar lo que sentían los más de veinte mil de La Rosaleda mientras veían ese partido de vuelta. O los veinticinco que estaban en el campo del Nástic, que eran los que tenían que hacerlo. ¡Y lo hicieron! Ese algo explotó dentro de todos cuando Antoñito (para mí, Don Antonio) marcó el empate a dos. Explotó en el banquillo del Málaga, en la grada de Tarragona donde veían el partido los aficionados malagueños, y explotó en todos los corazones de todos los malaguistas que estaban viendo el partido y que no dejaron de creer en ningún momento que su Málaga podía ascender.

Los vídeos que todos hemos visto del aeropuerto de Málaga, o de las calles de nuestra ciudad, son la demostración de que existe ese algo. Supongo que los fieles que van a La Rosaleda cada quince días con su camiseta del Málaga a pesar de la categoría en la que esté el equipo, de Al-Thani, administradores judiciales ni leches, saben qué es ese algo al que me refiero. ¡¡Ser del Málaga es otro rollo!! n