Opinión | Arte-fastos

Aviones en el cielo: aeropintura futurista

El Museo del Grabado Contemporáneo de Marbella exhibe una antológica de D’Anna

Giulio D’Anna evolucionó de un divisionismo inicial a una figura sintética

«El vuelo» (1937), de Giulio D’Anna.

«El vuelo» (1937), de Giulio D’Anna.

Hasta fechas recientes, la historiografía canónica había considerado al futurismo italiano como una tendencia donde los logros plásticos no se correspondían con los elevados propósitos de su ideólogo, Filippo T. Marinetti, que, secundado por un grupo de poetas y pintores, pretendían reformar no sólo las artes, sino que aspiraban, incluso, a «una reconstrucción futurista del universo». Sin embargo, resulta incuestionable que tanto la literatura (Marinetti, Lucini, Soffici, Papini) como la producción artística futuristas influyeron de manera notable en los círculos de la vanguardia europea de preguerra, cuyo mensaje anticipaba la necesidad de ser modernos, «de aferrar la verdad de una vida transformada por la era de la técnica», según Mario De Micheli.

Pasados los excesos, provocaciones y retóricas exaltadas del primer futurismo (1909-1917), hubo un segundo (1920-1945) más apegado a las consignas del «retorno al orden» y ajeno al «dinamismo universal y al complementarismo congénito» que caracterizó al primero. Y una variante singular de este segundo futurismo fue la aeropintura, que compaginaba novedades formales junto con valores patrióticos (homenaje a los aviadores italianos). De hecho, Mino Somenzi, en su Manifesto dell’Aeropittura, recomendaba abandonar el protagonismo de motos, coches y trenes en favor de la estética del avión, conformando así un nuevo colectivo de aeropintores, especialmente en Sicilia, con nombres como P. Rizzo, V. Corona y, sobre todo, Giulio D’Anna, de quien estos días se exhibe una antológica en el Museo del Grabado Español Contemporáneo de Marbella.

Se trata de un ambicioso proyecto pergeñado en 2020 por el veterano galerista Augusto de Marsanich, interrumpido por la COVID-19, y comisariado finalmente por Ettore Bossi y Maurizio Scudiero. Ha contado con la colaboración de Leo Galleries (Monza), el Archivo Histórico de los Futuristas Sicilianos y coleccionistas privados que han prestado las 53 obras que componen la exposición, fechadas entre 1913 y 1939, y distribuidas en las dos salas principales de la planta superior del Museo. Con buen criterio, los comisarios dedican un espacio conjunto (Ambiente Futurista) a históricos del primer y segundo futurismo (Balla, Baldessari, Boccioni, Russolo, Depero) junto con seguidores de la aeropintura (Tato, T. Crali, M. Mori, I. Gambini, G. Ambrosi). En la sala contigua se muestran 25 piezas en diversas técnicas (óleo, collage, témpera) y soportes (lienzo, papel) de Giulio D’Anna (1908-1978), sin duda el más reputado y cotizado de los aeropintores, que evolucionó desde un divisionismo inicial a una figuración sintética de tintas planas, donde sus «paisajes simultáneos» se pueblan de aviones líricos (como los denomina Anna Maria Ruta en el catálogo) y referencias vernáculas. En definitiva, una exposición muy recomendable porque revive los ideales de unos «primitivos» que soñaban con «inundar los museos e incendiar las bibliotecas» y terminaron inspirando a movimientos como Dadá, el vorticismo inglés o los constructivismos rusos. Que no es poco.