John Banville: la ciudad como personaje literario

El autor irlandés nos propone en ‘La alquimia del tiempo,’ su último libro, un paseo literario por Dublín, la ciudad que mitificó de niño y que sigue siendo el territorio literario al que vuelve continuamente

John Banville.

John Banville. / L. O.

Juan Gaitán

Juan Gaitán

Toda acción literaria, por experimental que sea, sucede en algún sitio. El espacio, el lugar es, por derecho propio, uno de los ejes centrales de toda narración. Pero cuando su presencia es patente, casi absoluta, cuando el lugar deja de ser un escenario y adquiere el carácter de personaje, algunos críticos tienden a llamarlo «territorio literario», entonces logra un grado más elevado, más importante, diríamos que esencial.

Territorios literarios hay, fundamentalmente, de dos tipos, los reales y los imaginarios. Yoknapatawpha, Santa María, Macondo, Región, Celama... forman parte del primer grupo, fueron creados por William Faulkner, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez, Juan Benet y Luis Mateo Díez, respectivamente. Todos ellos escritores de altura, dueños de lugares sin costuras, abiertos, tan reales como los sueños (aunque la mayoría de esos territorios son versiones mínimamente camufladas de lugares reales, como el faulkneriano condado de Yoknapatawpha, que Faulkner sitúa al noroeste del Mississippi, flanqueado por los ríos reales Tallahatchie y Yoknapatawpha, lo que lo viene a situar en el condado real de Lafayette).

Pero hay otros autores, en cambio, que no necesitan inventar un territorio literario pues les basta usar el que tienen más a mano, su propia ciudad. En este segundo grupo se encuadran obras tan maravillosas como la del polaco Adam Zagajewski, ‘En la belleza ajena’, donde transforma Cracovia en un lugar tan maravilloso (atravesado también por el recuerdo, sobre todo por el recuerdo) que hace que cualquier lector quede rendidamente enamorado de la ciudad. Y ahí también se inscribe, casi con los mismos argumentos, John Banville con su última obra, publicada en España por Alfaguara bajo el título de ‘La alquimia del tiempo. Un memoir dublinés’.

Toda ciudad es, fundamentalmente, una Ítaca a la que volver, a la que desear volver. Y eso es lo que hace Banville, volver a una ciudad de la que realmente nunca se ha ido, porque la ha llevado consigo allí donde su vida, su trabajo, sus obligaciones, le han llevado. John Banville regresa a Dublín, una ciudad en la que no nació (es natural de Wexford), pero que es su referencia.

Toda memoria empieza de algún modo. El primer recuerdo es un enigma, igual que los sucesivos. Nadie sabe exactamente qué hace que algo se fije en la mente. Banville empieza este libro con uno de sus primeros recuerdos, los viajes a Dublín en su cumpleaños. En principio, digamos más bien que en intención, ‘La alquimia del tiempo’ son unas memorias. Empieza, como digo, con el recuerdo de sus cumpleaños infantiles, que tenían el hecho, para él importante, extraordinario, de viajar en tren a Dublín con su familia: «Mi regalo de cumpleaños en años sucesivos durante la primera mitad de la década de los cincuenta del siglo XX fue un viaje en tren a Dublín, con el que yo pasaba meses soñando; a decir verdad, sospecho que empezaba a soñar con la excursión del año siguiente en cuanto llegaba a su fin la de ese año».

Es en ese momento cuando la ciudad adquiere su alto grado de «territorio literario», porque para el niño Banville se presenta como un lugar mítico. Lo dice el propio autor: «Dublín, por descontado, era lo más opuesto a lo ordinario. Dublín era para mí lo que Moscú para Irina en ‘Las tres hermanas’ de Chéjov, un lugar de promesas mágicas que mi alma joven y hambrienta anhelaba sin cesar».

Aunque al alcanzar la mayoría de edad Banville se mudará a Dublín y convertirá la ciudad en su lugar de residencia, aquella mirada «de niño», cargada de fascinación y de imaginación, no le abandonará. La vida adulta, con sus sinsabores, con sus dificultades, no podrá enturbiar la imagen idealizada que construyó en su infancia, y es esa imagen la que nos traslada en este libro.

Como decía antes, toda ciudad es, esencialmente, una Ítaca a la que volver. Banville se pregunta «¿cuándo se convierte el pasado en pasado?» Y con estas bases construye estas semimemorias que le sirven para divagar sobre lo humano, sobre la vida, las cosas, las personas.

Digo «semimemorias» porque, en realidad, finalmente poco acabamos sabiendo de la vida de John Banville, pero acaso eso no importe. Una autobiografía acaso sería algo más aburrido que este libro completamente disfrutable en el que Banville vagabundea como quien vaga por una ciudad, su ciudad, recordando.

Es en las divagaciones donde se ve siempre al escritor. Ahí desenvuelve el oficio, su pericia. Escribir sin argumento, sin ir a ningún lado, escribir como se conversa (pareciendo que se conversa) y llevar al lector por una ruta de emociones, recuerdos, opiniones, intereses. Todo esto hace que ‘La alquimia del tiempo’ sea un libro breve pero grato, lleno de emoción a veces, de reflexión otras, con anécdotas de personajes conocidos o menos, gente de una ciudad y un tiempo que solo existen para el autor. Porque es la ciudad de su memoria, de su emoción, de sus afectos, la que nos enseña, la que nos cuenta, la que pasea con nosotros, o la que nosotros paseamos con él, y en la que no tienen más remedio que aparecer algunos de sus habitantes. Paisaje y paisanaje son indivisibles, y por el texto de Banville comienzan a discurrir algunos de los más célebres habitantes de Dublín, especialmente sus artistas y creadores.

Los apuntes históricos pueden resultar farragosos y poco interesantes para el lector español, y Banville se demora en ellos acaso demasiado. Nos cuenta muchas de las historias «secretas» de su ciudad, acompañado de un personaje, un amigo del escritor, que parece saberlo todo sobre Dublín, hasta lo que nadie sabe. Un ferviente coleccionista de objetos y anécdotas que acompaña a Banville en varios de sus recorridos.Finalmente, el libro es un híbrido entre unas memorias y una guía sentimental de Dublín que se disfruta mucho.

La alquimia del tiempo. Un memoir dublinés

  • John Banville
  • Editorial: Alfaguara
  • Traducción: Miguel Temprano 
  • 216pp. 19,95 €