Opinión | Primer movimiento

Tres razones

Hemos respirado el silencio de la reflexión, de las mentes trabajando, del respeto al otro, del sentido común. Ha sido una experiencia puramente humanista

Enrique, Manu y Sofía visitando al ingeniero Ángel Rivada el pasado curso académico.

Enrique, Manu y Sofía visitando al ingeniero Ángel Rivada el pasado curso académico. / L. O.

Mihály Csíkszentmihályi, psicólogo hungaroestadounidense, acuñó el término 'fluir' en los 90 para referirse al sentimiento que te embriaga cuando estás inmerso en una actividad tan placentera que hace que todo lo demás desaparezca. Te gusta tanto que pasa a ser un fin en sí misma y un camino a la plenitud. Aunque pueda parecer que los artistas fluyan con más frecuencia en sus interminables horas de estudio y creación, es un sentimiento que podemos experimentar todos siempre y cuando tengamos inquietudes verdaderas.

Ahora situémonos en un aula con tres alumnos de 2º de Bachillerato y un profesor. La materia a impartir, una introducción a la ingeniería, de nueva implantación, sobre la que no hay histórico de textos ni exámenes. De entrada, los ingredientes eran prometedores: la prudencia de Sofía; el inconformismo de Manu y la inquietud de Enrique. Porque si Sofía abre la boca, su contribución siempre aporta valor. Si a Manu no le cuadra algún paso en un razonamiento matemático, aunque sea por un decimal, tiene razón y hay que revisarlo todo. Y con Enrique nunca nada es suficiente, quiere más. Tienen hambre, cada uno tratando de ser un punto de luz de forma distinta.

Hemos respirado el silencio de la reflexión, de las mentes trabajando, del respeto al otro, del sentido común. He disfrutado viendo cómo administraban ese silencio, la toma de palabra, el debate. Ha sido una experiencia puramente humanista, donde un problema de termodinámica nos llevaba a conversar sobre los comportamientos de las masas y los principios de la propaganda de Goebbels. O cuando un ejercicio de biestables terminaba en un debate sobre la importancia de que una tecnológica tenga en plantilla un filósofo para poner límites a la inteligencia artificial. Me han hecho preguntas que sólo puede hacerte gente que tiene la cabeza muy bien amueblada. Hemos compartido los dilemas entre la fe y la ciencia, con profundidad. ¿Cómo es posible que calculando el momento flector de una viga se termine la clase hablando sobre los estoicos? Porque estábamos los cuatro en estado de flujo. Con ellos no he escuchado nunca una palabra malsonante o una falta de respeto. Jamás una palabra negativa sobre alguien. Nunca he visto un teléfono móvil en la mesa, ni nada que pudiera distraernos. Ahora, que ando leyendo 'Céntrate: las reglas del éxito para el trabajo profundo en la era de la distracción' (Cal Newport) me doy cuenta de que esta gente son así porque conocen lo que es el trabajo profundo, la ausencia de distracciones, el centrarse, aprovechar el tiempo. Esta gente fluye sin saberlo en un aula. Cada día, sin falta, al sonar el timbre, tenía la sensación de que llevábamos allí solamente diez minutos.

A veces me veo en ellos. Pero no en su capacidad para afrontar la vida a los 17 años, porque, honestamente, con esa edad yo era, sencillamente, un idiota. Pero yo también buscaba más allá; aunque ellos han descubierto casi a la misma vez que yo que es el hambre de conocimiento lo que da sentido a la vida. Una mañana, visitando una tecnológica, en el PTA, donde mi primo Ángel lleva años peleando para que tú ahora mismo puedas leer esto en tu móvil a velocidad de vértigo, o un cirujano desde Montreal opere a un paciente en Madrid, sentí que se cerraba el círculo. Mi admirado primo, al que recuerdo siempre en mis visitas a su casa de pequeño, sentado con un flexo en una mesa, sin tiempo para nada que no fuera estudiar, hablando de tú a tú con Sofía, Manu y Enrique.

No sé lo que habrán aprendido de mí. Pero este año yo buscaba una razón desesperadamente para agarrarme a ella. Para que me salvara del abismo. Y vino la vida y me dijo toma: tres razones.