Opinión | Viento fresco

Desayunerías

A según qué horas, el desayunante o desayunador malagueño lo tiene complicado. Hiperpoblación terracera

Un camarero sirve el café en la barra.

Un camarero sirve el café en la barra. / L. O.

Son las diez de la mañana y hay cola para desayunar en La Recova. También en La Malagueña y en el Framil. Aranda presenta hiperpoblación y el café Madrid está imposible. El aspirante a desayunante o desayunador lo tiene complicado en Málaga, en el Centro, según a qué horas y según el número de turistas. Las sillas y mesas son como escaños a los que el afortunado que consigue ocuparla se aferra como un mal político a su asiento. Pronto será la hora del aperitivo aunque los restaurantes son un carrusel, un no parar, mesas que se vacían y se llenan al instante, almuerzos a la una, almuerzos a las cuatro.

Hay un inmenso olor a frito por calle Santa María y adyacentes, donde conviven restaurantes de toda la vida, una ostrería, franquicias, paellas precocinadas o almendras para llevar. En Alcazabilla pega un solano inclemente que algunos extranjeros combaten con inmensas jarras de cerveza que dispensan en un establecimiento especializado en montaditos. Camisas floreadas. Me pregunto qué estarán haciendo ahora las cientos de señoras empingorotadas que a media tarde toman merienda en las churrerías clásicas, que cada vez son menos, o tortitas con nata en las cafeterías de los grandes almacenes. Tal vez están en la peluquería. Hay leche de fresa, reza un cartel en El Diamante. Ya no tengo pan, dice el encargado con una resignación liberadora mientras oficinistas de la zona especifican si el café lo quieren corto de café, con sacarina, leche fría y en taza o si prefieren un Cola Cao que les dé fuerzas para el resto de la mañana y les evoque la niñez, época en la que la zona, Pozos Dulces, era un erial, un dédalo de calles lúgubres. De un portal sale una pareja alojada en un apartamento turístico con cara de noche movidita, ansías de bollo con crema y ganas de té. Hay gente que lleva escrito en la cara qué quiere desayunar y otras que llevan un cartel de tieso o de millonario en la frente. Avanzo. Todo el mundo va en pantalón corto.

Qué le ocurrirá en el cerebro a alguien para meterse a las once y media de la mañana un cubo de fideos picantes con pollo y gambas. Y pimientos fritos. Puede que tras la ingesta quiere invadir Polonia, resolver el crucigrama del New York Times o acostarse hasta la hora de cenar un perrito caliente con mostaza y cebolla. Supongo que los cocteleros están durmiendo, descansando las manos hasta la hora de agitar la coctelera para preparar los Negroni o los mojitos. Enfilo hacia la calle Larios. Nuestros pasos en la mañana van irremediablemente hacia la incierta tarde. Nadie está a salvo de una merienda feliz.