Opinión | El ruido y la furia

Juan Gaitán

El español

Ahora, por fin, nuestro idioma, este español tan inmenso que mide 570 millones de personas, se ha convertido en asunto de Estado

Lo que soy y lo que he sido. También lo que seré. Todo está en mis palabras, en mi lengua, mi única patria como dicen que dijo Fernando Pessoa, que lo dijo en ese «español sin hueso» que es el portugués, según lo definió Miguel de Cervantes, otro que andaba todo el día tras las palabras, buscándolas, cambiándolas de sitio como quien adorna la casa para las visitas y no sabe dónde colocar las flores o si dejar un poco descorridas las cortinas.

Las palabras son lo que somos, nuestro espejo más despejado. Las palabras tienen peso y medida, cara y cruz, transparencia y temperatura. Hasta tienen raíces, cicatrices de batallas ganadas y perdidas, temblor, alegría y dureza. Nos definen y con ellas definimos, nos hieren y herimos con ellas, hasta matamos a veces. Pensamos en palabras y con palabras, también, ocultamos lo que de verdad pensamos.

Y ahora, por fin, nuestro idioma, este español tan inmenso que mide quinientos setenta millones de personas, se ha convertido en asunto de Estado según anunció el presidente del Gobierno, quien pondrá en marcha un plan para impulsar el que, dijo, es «nuestro mayor patrimonio». No deja de sorprender que nuestros próceres se hayan venido a dar cuenta precisamente cuando huele a negocio, cuando es la segunda lengua más usada en redes sociales y la tercera en internet, después de años de maltrato y desprecio, de permitir invasiones mientras nos hacíamos los modernos diciendo más de una bobada en inglés.

El español es nuestro mayor patrimonio y nuestra patria, la patria común de tantas personas como la población sumada de Estados Unidos, Brasil y Argentina. Pablo Neruda lo amaba como su mayor tesoro: «Que buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos€ Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra€ Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes€ El idioma. Salimos perdiendo€ Salimos ganando€ Se llevaron el oro y nos dejaron el oro€ Se lo llevaron todo y nos dejaron todo€ Nos dejaron las palabras».

Qué haría yo sin mis palabras, sin andar con ellas todo el día, oyéndolas cantar, buscándolas cuando se esconden, esperándolas cuando se marchan y tardan en volver, o meciendo a las que se quedan conmigo toda la tarde revolviéndome las columnas y los versos hasta que les hago un hueco. Qué haría yo sin esta cuestión de Estado, sin estas palabras que brillan cuando llegan hasta mí como si, igual que a viejos doblones, las trajera la marea.

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