Opinión

Cartas al director

Infinitamente feliz

Soy muy feliz y creciendo. Soy consciente del muchísimo dolor de tantos conciudadanos y me complazco en los bocados que por ello recibo en mi pensión. E intento aliviarles. Más aún son mi mayor preocupación.

También casi me entierra tanto alud de caras malhechoras. Vomito con tantos blesas, ratos, cotinos, sindicalistas repugnantes y un amplio etc. Saturan la TV. Y deseo que sean castigados. Por lo menos bastante castigados.

Y a pesar de todos ellos me siento feliz. Lo cuento porque consigo flotar sobre tanto mal.

Que a pesar de ser octogenario y quizás por eso soy capaz de descubrir que aún hay suficiente y de sobra bondad, belleza y abrumadoras razones para ser feliz. No es egoísmo sino sabiduría.

Mi felicidad sigue creciendo agarrada a una infinitizadora esperanza viva. Es la realidad. Espero que a alguien le pueda animar. Para eso lo cuento por si alguien se frena porque le parezca obsceno ser feliz.

Pablo Osés AzconaMálaga

El levantón de iguala

O lo que es lo mismo, el posible crimen contra 43 chavales mejicanos que iban para profesores. Es bien conocida la masacre de Tlaltelolco y su total impunidad. El silencio funcionó entonces, con la complicidad de muchos. Nadie fue arrestado o condenado por dicha matanza, en 1968. Pero el silencio de entonces ya no funciona. Los estudiantes mejicanos han iniciado marchas en todo el país porque no se creen las promesas oficiales de que se buscará a los desaparecidos y se castigarán a los culpables. Su disimulo es el mejor indicativo. Algo está podrido cuando el Ejército y la policía matan a sus ciudadanos en lugar de protegerlos.

Luis Enrique Veiga RodríguezMálaga

La estafa al general Grant

El general Grant, mejor militar de la Guerra Civil Americana, fue estafado por un cretino que lo arruinó. Para recuperarse y salvar su familia, escribió la mejor obra en torno al susodicho conflicto en tan sólo una semana, la que le quedaba de vida tras diagnosticársele un cáncer.

He aquí un triste ejemplo, se podrían aportar por miles y miles, de cómo un don nadie, obrando de mala fe, consigue «ganarle» la partida a un genial estratega muchísimo más inteligente que él, pero cuya buena fe le hizo morder el anzuelo.

Así que los «triunfadores» deberían gastar menos ínfulas de las que gastan, pues ya se sabe, en demasiadas ocasiones, cómo ganan los ganadores y cómo pierden los perdedores.

Antonio Romero OrtegaMálaga

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